LA INFLUENCIA ELFA Y LAS MODIFICACIONES HUMANAS E IMPERIALES.
Es bien sabido que la dominación enana en poco o nada influyó en la manera de concebir los dioses y su relación e influencia en el mundo. Los tiempos de la Rabbarnaka fueron para el mundo enano, por entonces hegemónico, momentos en los que el centro de atención estaba puesto de las fronteras de sus dominios hacia fuera. Fueron la primera raza en tener aspiraciones expansivas a gran escala y los primeros en dotarse de una estructura social que lo permitiera. Siendo así, parece evidente que los enanos encontraron poco interesante o poco útil abundar en las cuestiones espirituales, asunto que les persigue hoy día y son acusados, no sin cierta razón, de ser una raza pragmática y materialista. No es que no sean una raza espiritual, sino que su espiritualidad resulta muy diferente a los patrones mentales que si influyeron en la concepción universal que hoy se tiene.
Los padres de esta concepción serían los elfos. Al contrario que los enanos, mientras aquellos expandían sus fronteras y creaban las primeras estructuras sociales y estatales dignas de ser consideradas en la historia, los elfos se presentan al mundo como una raza encerrada en sí misma, que mira de puertas para adentro. Esta actitud les llevaría a diseñar unos parámetros mentales capaces de repensarse a sí mismos. La cultura elfa se resitúa en el universo y busca sus propios orígenes, en resumidas cuentas, crea una rica y variada mitología cosmogónica bajo paradigmas que a partir de entonces van a servir de modelo a todas las culturas y momentos futuros.
Lo primero que establecerá esta incipiente espiritualidad elfa serán los ÓRDENES: La Luz, La Oscuridad y la Senda Neutral como equilibrante de las otras dos. En la Categoría Luminosa se encuadrarían todos aquellos conceptos y valores que la mentalidad elfa (nunca hay que perder este punto de referencia) entendía como positivos. La Oscuridad representaría todos aquellos valores y conceptos repudiados por ellos, mientras que la neutralidad quedaba en una tierra de nadie, como aquellos guardianes del sabio equilibrio que habrían de mediar entre ambas. El equilibrio no era por tanto, para la mentalidad elfa un fin en sí mismo, sino un medio de control de las dos antagonías y frecuentemente quedaba amparado por él aquellas actitudes que se escapaban del juicio moral o que no eran entendidas por los elfos como positivas o negativas en esencia. De un modo más pragmático, los elfos consideraban neutrales muchas de las actitudes de otras razas y pueblos que no atentaban directamente con su manera de entender (y enjuiciar) el mundo. Hay que advertir que en un principio la mentalidad elfa no asimila Bien-Luz/Mal-Oscuridad. Ese silogismo es muy posterior.
Luego de esto, los elfos darían un aspecto orgánico a sus panteones de dioses. Tenían dioses que representaban, tutelaban o propiciaban cada aspecto, por intrascendental que fuese, de sus vidas y sus relaciones sociales. Tal miríada de divinidades fue poco a poco encuadrada orgánicamente en un panteón dividido por casas, diríamos temáticas, en las que las divinidades integrantes tenían una serie de valores o acepciones comunes a un aspecto concreto de la cotidianidad elfa (ejemplo: Casa de la Custodia: Guerra/Defensa/Milicia). Con ellas surgirían los primeros cultos oficiales y conforme el mundo élfico evolucionó social, cultural y políticamente, estos cultos se dotarían de una infraestructura e identidad cada vez más fuerte. Surgirían por tanto las primeras iglesias propiamente dichas, con su cuerpo de sacerdotes, sus libros y dogmas y su función pública.
Probablemente habría que encontrar en el desarrollo del Imperio Elfo la evolución necesaria para terminar convirtiendo este cuerpo disperso en una estructura orgánica, organizada como una verdadera Asamblea de Dioses, donde unas divinidades gozaban de un prestigio y autoridad sobre otras y que garantizaba el orden y buen funcionamiento de esa sociedad “divina”.
Será con la irrupción del mundo humano, que cobra cada vez más peso, que se llegaría a la cosmovisión actual. Si nadie discute que los basamentos culturales y sociales del mundo humano están cimentados sobre el tremendo legado cultural elfo, menos aún debe cuestionarse que la estructura cosmogónica se encuentre en el mismo lugar. Los humanos asumen e incorporan tal cual el legado ideológico elfo que retocan y modifican a tenor de la nueva situación mundial y su nueva posición en el organigrama político.
Los cambios más relevantes sería la sustitución de muchas divinidades elfas por sus propios dioses, a las que “robarían” sus atributos, enseñas y posición en la estructura jerárquica divina. El caso del Jerivha o luego Yelm sería casi un paradigma ejemplificativo. Durante los años de afirmación humana, es decir, durante el periodo que conocemos como de los Estados Guerreros, esta usurpación de identidades y robo de jerarquía alcanza su cenit. Pero será cuando se constituya el Imperio Humano, en clara emulación al Imperio Elfo, que la cosmovisión general humana termine implantándose definitivamente.
La gran hazaña ideológica humana será integrar el resto de los panteones de otras razas y culturas, en el suyo propio, aumentando esa visión de la sociedad divina trazada por los elfos como gran asamblea a toda una Corte Divina donde, evidentemente, el peso de las divinidades, ya marcadamente humanas, tendría un peso preeminente. Así se establece una Gasa Gobernante del Gran Panteón, donde tienen cabida una representación de todas las divinidades y órdenes de las razas más importantes, presidida por un Jerarca de Dioses que, evidentemente, corresponde a una deidad Humana y que rigen los destinos del resto de los dioses, controlando esa sociedad, ahora plural y “multicultural” del plano divino.
Esto se explica, de manera sencilla, por la propia inercia de la mentalidad humana, sobre todo, imperial. Los elfos, a pesar de constituir el mayor imperio jamás conocido, gobernaron los destinos del mundo como elfos, pensaron como elfos y sintieron como elfos. Es decir, nunca se preocuparon de las razas y culturas fuera de sus dominios políticos. Establecieron un gran Imperio porque estructuralmente encontraron las posibilidades para hacerlo, pero legislaba y entendían un cosmos de elfos para elfos, como si nada más existiera. En resumen, nunca abandonaron esa “mirada hacia dentro”. El mundo humano fue expansionista por necesidad, como el enano; pero mientras históricamente aquellos, los enanos, formaron sus estructuras tan prematuramente que encontraron, por así decirlo, un mundo vacío para ellos; la hegemonía tardía de los humanos les hizo encontrar su lugar en un mundo lleno de fronteras y diversidad cultural, sin huecos libres, por lo que hubieron de tener en cuenta a otras razas y culturas en su expansión, a las que dominaron, absorbieron o combatieron para poder establecerse como cultura preeminente, cosa que ni elfos ni enanos tuvieron la necesidad de hacer. Esto llevará a los humanos a autoconsiderarse garantes de la estabilidad mundial: los primeros entre muchos. Son la primera cultura en saberse hegemónica por derecho, dominadores, a fin de cuentas; mentalidad que nunca tuvieron los elfos, pues ellos siempre fueron hegemónicos y siempre tuvieron al resto de razas y culturas bajo ellos.
Esta necesidad de mirar más allá de sus fronteras es la que les hace configurar un panteón integrador, pero subordinado a su autoridad y directrices, que es el que perdura hoy día.
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