Acto XI
Como Títere del Destino
Es extraño cómo experimentas tu
propia vida en un recuerdo.
Una parte de
ti lo vive con intensidad, lo revive como si sucediese en este instante.
Rescata casi cada minúscula emoción de cada palabra, cada gesto. Aspira las
fragancias como por primera vez. Se deja llevar por los colores.
Para una parte
de ti todo es nuevo. El tiempo se eterniza en ese océano.
Para otra
parte, el tiempo corre a velocidad de vértigo. Es una espectadora consciente de
que observa fragmentos de una vida que ya ha experimentado pero que en
ocasiones tenía rincones ocultos. Lugares donde la luz de la memoria no incidía
y que ahora resucitan.
Jael era uno
de ellos.
Había
desaparecido.
Su nombre, su
voz, su tacto.
Todo su
recuerdo y sus huellas habían muerto para mí.
Quizá haya
recuerdos que deberían quedarse en el vacío.
No regresar
nunca…
En aquel instante en el que su
carromato se alejaba, yo me sentí por primera vez en mitad del bullicio del
corazón de las Bocas. Entendí mi verdadera situación. Cayó pesado como cielo en
desplome.
Es obvio que
había un pasado escondido en algún lugar entre los resquicios de mi mente.
Había unas personas, unos sucesos, una historia que yo desconocía. Algo me advertía
que aquel pasado podría regresar en cualquier momento o no hacerlo nunca. En
ese amplio arco de posibilidades, tratar de forzar los sucesos no cambiaba
realmente nada en su inmediatez.
Debía
preocuparme por algo mucho más prosaico: comer y dormir todos los días.
No tenía más
posesiones que la ropa que vestía y ni siquiera parecía mía.
Nada. Ni
siquiera los recuerdos.
Cualquier halo
de luz en aquella oscuridad era más importante que todo aquello que pudiese
ignorar sobre mi identidad o pasado.
Ese halo era
Jael.
Que el clavo
ardiente donde agarrarse fuese una persona desconocida con la que había
compartido una breve conversación en un trayecto apenas de una hora resultaba
perturbador, pero era un inicio; así que, ¿por qué no seguir agarrada al clavo?
Al menos hasta que apareciese otro o éste se mostrase insuficiente.
No sabía qué
tipo de persona encontraría al llegar al mercado. Si ese hombre querría seguir
de alguna manera vinculado a una desconocida que ignoraba su propia existencia
anterior. Aún así, me dije que sería estúpido no gastar esa carta.
El Mercado
Central era un lugar que definía con exactitud el espíritu de la Ciudad de las Bocas. Tenía
vastas dimensiones y su enorme recinto disponía de lonjas a pie de puerto con
una gran extensa zona de distribución y puestos de venta directa.
Un océano de personas se daba cita allí.
Un océano de personas se daba cita allí.
Había un dicho
popular que aseguraba que si no puedes encontrar algo en el mercado de las
Bocas es que sencillamente no existe y puede que sea cierto. Entre aquella
colección inimaginable de colores, olores, productos y personas yo tenía que
encontrar a Jael como aguja en un pajar. No fue una empresa fácil a pesar de
que muchos de los otros comerciantes parecían conocer a aquel hombre.
Estaba
en la zona de lonjas, tratando de negociar precios para su mercancía. Una
mercancía que había tardado mucho en llegar esa mañana. Le observé durante un buen
rato. Parecía una persona más comprometida que lo que me había proyectado su
imagen. Mantuvo varios encuentros con otros hombres de allí y me dio la
impresión de que estaba organizando el trabajo de otros, además de estar al
tanto de su propia mercancía.
Casi estuve
una hora aguardando, sin atreverme a acercarme a él por no interrumpir su
atareada faena. Nadie pareció percatarse de mi presencia allí donde todo a mi
alrededor era frenético y bullicioso, hasta que una mujer lo hizo, quizá
extrañada de que apenas me hubiese movido del sitio en todo ese tiempo. Le
confesé que quería ver a Jael y fue ella quien le advirtió de mi presencia.
Cuando
volvimos a cruzar las miradas descubrí un gesto de sorpresa en sus facciones
pero quizá ningún rasgo que pudiese interpretar como que mi presencia allí le
resultaba incómoda. Con todo, aún despachó un par de asuntos antes de
aproximarse a mí.
Tenía el ceño
levemente fruncido pero dibujaba una sonrisa de medio lado en su boca.
—Dicen que
llevas un buen rato esperando. ¿Por qué no te has acercado tú misma?
—No quería
interrumpir. Pareces atareado.
Él lanzó una
mirada a su alrededor y su gesto se arrugó un poco.
—Me he
retrasado mucho. Mi pescado entra muy tarde y ahora es bastante más difícil
sacarlo a buen precio.
—Ha sido culpa
mía.
Él suspiró.
—La culpa es
mía. Yo decidí involucrarme en el problema de mi hermano.
Me dolió
reconocerme como un problema.
Agaché la
cabeza.
—Entonces
supongo que debo marcharme. No quiero seguir siendo causa de más retrasos.
Él puso una
mano en mi hombro.
—Espera,
aguarda un segundo. No he pretendido parecer desconsiderado. Has vuelto,
supongo que tienes una buena razón para ello y no voy a dejar que te vayas sin
escucharla.
Levanté la
cabeza. Su sonrisa me pareció franca. Se la devolví.
—Necesito
trabajo… y un lugar donde pasar la noche, al menos hasta que pueda permitirme
alguna habitación en algún lugar. No tengo nada.
Él volvió a
suspirar, pero no parecía un gesto de rechazo. Su cabeza barajaba opciones.
—Me preguntaba
si…
—¿Puedes
trabajar aquí? ¿Conmigo?
—Este lugar
rebosa de actividad. Quizá hay alguien que necesite un par de manos.
—¿Has
trabajado antes en una lonja?
Arrugué el
rostro.
—No lo
recuerdo.
Él se llevó la
mano a la frente.
—Ah, claro, no
olvidé que… en fin, ¿qué sabes hacer?
Ahora la que
suspiraba era yo.
—En realidad
no lo sé, pero necesito trabajar y aprenderé rápido, lo prometo.
Él sonrió ante
mi apurada disposición.
—Este trabajo
es duro y no podré pagarte mucho…
—No importa,
será más de lo que tengo ahora.
—Está bien…
Haremos algo: Hablaré con Arik a ver dónde podemos meterte. Tengo una pequeña
oficina en la zona de mercado. Es pequeña y huele a pescado. Tiene un pequeño
jergón para cuando, en ocasiones, el trabajo me obliga a quedarme en el
recinto. No es mucho pero…
—Será
suficiente.
Mi seguridad
le dejó clavado.
—Ni siquiera
la has visto…
—No hace
falta.
—Tampoco sabes
cuánto voy a pagarte.
—No me
importa, acepto el trabajo.
Él quedó un
instante en silencio.
—Bien… ¿si
estás tan segura…?
Hubo un cruce
intenso de miradas y un silencio que dejó escuchar todo el murmullo de aquella
lonja en plena tarea. Le sonreí y le di las gracias. El sonrió con amabilidad.
—Antes de que
acabe la semana estarás odiando este trabajo y este lugar.
***
Entramos en el cuartito que se
levantaba en la zona de oficinas. Era aún más pequeño y oscuro de lo que
imaginaba. Andaba sucio y destartalado. Tenía una pequeña zona de escritorio
con papeles, tintero, sellos…
—Disculpa el
desorden. En realidad está bastante descuidado. No esperaba ser la habitación
de nadie.
Las paredes
eran de madera y tenían marcas de humedad por todas partes. El olor a pescado y
sal era fuerte. Solo disponía de un pequeño ventanuco atrancado que daba al exterior.
La escasa luz entraba por ahí.
—Necesitarás
velas. Tienes algunas en este cajón, pero compraré más. No hay mucho espacio
para la ropa.
Volví el
rostro para mirarle, alejándolo de aquel pequeño armario que inspeccionaba.
—No tengo más ropa
que la que ves, así que no necesito mucho más.
Me siguió con
la mirada mientras yo repasaba el resto de la estancia.
—No es mucho,
lo sé. Ni siquiera creo que sea habitable.
—No importa,
está bien. Será transitorio. No sé cómo
agradecértelo, en realidad.
Rebuscó algo
en su bolsa y me lo entregó. Eran
algunas monedas de plata. Yo le miré con extrañeza.
—¿Por qué?
—Es tu
adelanto por lo que queda de semana. Cómprate algo de ropa, un calzado
apropiado. Gástalo como veas, es tuyo.
Prefiero recordarle así, en
aquellos gestos desinteresados. En aquellas miradas que trataban no parecer
demasiado delatoras. En la esencia de aquel hombre que me dio la primera
oportunidad sin hacer preguntas. Quiero recordarle así.
Compré ropa con aquellas monedas,
comida y pagué un baño. Aún tuve para un par de días más. Fui a buscarle, tal
como me dijo, sobre media tarde. Me dio una copia de las llaves de la oficina.
Aquella primera noche fue para mí la más dura. Aquel reciento solitario, tan
gigante y tan mudo por la noche. Todos mis desconocidos demonios me asaltaron
de golpe.
El abismo de
saberse en ningún lugar, sin ninguna referencia, totalmente a la deriva.
Todas las preguntas sin respuesta.
Todas las preguntas sin respuesta.
Todas aquellas
respuestas sin preguntas.
Un pasado
escondido, un futuro inexistente, una identidad usurpada.
¿Quien?
¿Qué?
¿Cuándo?
¿Cómo?
Encontré un
hueco en la desolación y quedé dormida de puro agotamiento.
El trabajo era duro. La jornada
en las lonjas empieza muy temprano, muy de madrugada. Mucho antes del primer
amanecer.
—Te dije que
odiarías esta vida antes de que terminara la semana.
Le sonreí con esfuerzo, pero
andaba dispuesta a demostrar que podía con aquel trabajo.
Resulta increíble toda la vida
que se desplegaba a esas horas en el mercado. Cientos de trabajadores y
mercaderes comenzaban con su faena. Esas primeras horas fueron intensas para mí.
Jael me presentó a Arik. Se encargaba de organizar el despacho del pescado así
que me dejó con ella y no volví a verle hasta mucho más tarde.
Arik
era una mujer veterana y pesada, con carácter, pero reconozco que aunque no
tuvo las mejores formas, era una gran conocedora de su oficio y tuvo mucha
paciencia conmigo ese primer día. Me explicó todas las tareas previas de
montaje del despacho, toda la infinidad de detalles a tener en cuenta. Me dijo
cómo reconocer las variedades de peces y productos, dónde y cómo colocarlos,
sus precios y maneras de pesarlos y servirlos.
Los
puestos de venta estaban todos juntos así que pronto me encontré rodeada de
muchos otros trabajadores del gremio. Tener una cara nueva les estimulaba. Eran
gente afable y hacían divertido aquel trabajo agotador. Hice pronto amistad con
una de las chicas que despachaban frente a mi tenderete. Se llamaba Xila. Era
joven, descarada y muy guapa. Supongo que conectamos. En los tiempos muertos,
que había pocos, solía acercarse a mi puesto para darme conversación.
En unos días
parecíamos íntimas.
La
primera semana fue agotadora.
El trabajo era duro y maloliente pero los momentos de despacho eran especialmente entretenidos gracias al resto de compañeros allí. Aquello me estimulaba. El contacto con personas, establecer nuevos vínculos.
El trabajo era duro y maloliente pero los momentos de despacho eran especialmente entretenidos gracias al resto de compañeros allí. Aquello me estimulaba. El contacto con personas, establecer nuevos vínculos.
Aquella
semana solo viví para trabajar. Acabé con el cuerpo molido. No obstante, mis
progresos fueron notables. Tratar con clientes y trabajadores no me daba un
segundo para mortificarme por la ausencia de mi memoria. Jael venía cuando
podía y preguntaba si todo andaba bien o si necesitaba algo. Era un hombre
correcto pero parecía siempre preocupado y cansado. Tenía un aura triste que lo
rodeaba. En ocasiones se quedaba en mi pequeña habitación arreglando papeles y
aún en esos intentes recibía visitas y concertaba acuerdos. No me importaba. Si
había algo que me aterraba era quedarme sola. Le prefería allí, silencioso,
centrado en sus cuentas y números.
Me hacía sentir acompañada.
Me hacía sentir acompañada.
—¿Peor de lo
que imaginaste?
Levanté con
dificultad mi cabeza del camastro y abrí pesadamente los ojos. Se había vuelto
de su silla y me miraba derrotada sobre la cama.
—No imaginaba
que vender pescado fuese tan agotador.
Él aguantó una
carcajada y me sonrió.
La pulsante
luz anaranjada de las velas le daba calidez a su mirada.
—Terminaré en
seguida. Te dejo en la mesa tu paga del día.
Era reconfortante terminar la
jornada con unas monedas de plata en la mesa. No era mucho dinero pero
suficiente para las necesidades de alguien que no tenía mucha más vida que la
discurría bajo aquella habitación, rodeada de cajas de pescado. Quizá por eso
acepté aquella primera invitación de Xila.
Era
una chica jovial, muy divertida. Solo trabajaba unas horas y no todos los días,
para ayudar a un viejo amigo, decía. Cuando estaba presente era capaz de
revolucionar a todo el mercado con sus ocurrencias. Recuerdo que me reía
muchísimo con ella. Tan descarada que en ocasiones no podía creer hasta dónde
llevaba su descaro. No importaba que fuesen clientes, compañeros; nada parecía
detener su lengua ácida y sus provocativos juegos. Lo pasaba bien en su
compañía y en cierta ocasión me propuso salir después del trabajo. Era una
muchacha alegre y disparatada. Salvo con la gente del mercado, apenas tenía
relación con nadie, así que supuse que no sería mala idea salir un poco y
ampliar mis horizontes.
Ella
parecía conocer bien la ciudad y si era alocada en el trabajo, imaginé que
salir con ella a divertirnos de verdad podría ser toda una experiencia.
En mi recuerdo todo sucede de
manera fugaz. Todos aquellos días. Todas aquellas noches. Todos sus momentos.
Inexorable. Eslabones de una cadena. Casi no hay tiempo para pensar. Quizá no
había intención de pensar, solo sentir, solo el deseo desesperado de sentirme
parte de algo. Sé que buscaba algo que no encontré.
Terminé
encontrando algo que no esperaba.
Lo pasamos en
grande aquella primera noche. Xila no defraudaba. Conocía bien todos los
rincones interesantes de aquella ciudad insomne siempre excesiva y peligrosa.
Era una joven tremendamente popular. Eso me fascinaba a un tiempo y me
eclipsaba también. La seguía como un barco a la deriva, hechizada del
despliegue de colorido que movía a su alrededor. Nunca andábamos solas durante
mucho tiempo. En cada taberna, en cada local había un buen puñado de gente que
terminaba alrededor de nosotras. Muchos eran conocidos suyos. Ella se movía con
soltura de sirena entre ese mar de alto oleaje. Yo me arrastré hacia sus
corrientes. Me dejé fascinar por aquel ambiente que solo puede vivirse en las
Bocas, de música, baile, fasto y desenfreno.
Beber, reír,
bailar, experimentar la fugacidad de la vida en un solo segundo de éxtasis
total.
Era intenso,
vertiginoso.
Tras la
primera noche hubo otras.
Sus conocidos
pronto fueron los míos. Era increíble la cantidad de hombres que Xila conseguía
arrastrar tras su ingeniosa y desinhibida personalidad.
Siempre tan
guapa.
Tan alegre.
Tan vital.
No me pasó desapercibido que sus vestidos,
alhajas y zapatos eran notablemente más caros de lo que podría permitirse una
pescadera. Pocas veces nos veíamos obligadas a pagar. Siempre había alguien que
corría con nuestros gastos y los locales donde íbamos no eran precisamente baratos.
Nada de tugurios de mala muerte en el Puerto. Nos paseábamos por la corona de
las Tres Reinas. Eran locales inalcanzables para mi a los que no hubiera
conseguido entrar de no haber sido por mi impresionante anfitriona. Cuando
nadie cubría nuestra cuenta, ella lo pagaba. Eso me desconcertaba.
En una ocasión,
en un receso frenético, le pregunté.
Salimos a un
pequeño jardín, los dioses sabrán de qué lugar, con una copa en la mano y aún
carcajeando por alguna de las situaciones que dejábamos entre aquellas paredes.
—Siempre vas
como una princesa. ¿De dónde sacas el dinero para esos vestidos? ¿Tan rentable
es el puesto de pescado?
Ella me miró
como si estuviese loca y se echó a reír sin compasión. Yo no puede evitar
reírme también.
—Con lo que
saco en la lonja no tendría ni para el ceñidor de la cintura.
—¿Entonces?
Xila me miró
con su expresión de niña traviesa y los ojos vidriosos por el alcohol.
—Esto son las
Bocas, cariño. Aquí puede conseguirse todo si sabes cómo hacerlo. Tengo otro
trabajo, lo del pescado, ya te lo dije, solo es por hacer un favor.
Me moría de
curiosidad por saber qué trabajo proporcionaba semejantes lujos a una joven
como ella.
—Ves a ese de
ahí —me dijo agarrándome de los hombros y volviéndome hacia el interior de
local.
—¿Tu amigo? ¿Con
el que has venido hoy?
—En realidad
no es mi amigo. La mitad de los hombres que te he presentado en estos días en
realidad no son simples amigos. Me pagan para que le acompañe algunas noches a
salir y lucirse por ahí.
Arrugué el
ceño.
—¿Hablas en
serio? Los hombres te pagan por eso.
Ella me sonrió
con malicia.
—Desde luego,
Cielo. Los hombres pagan por cualquier cosa que no tengan y quieran conseguir.
Hombres, mujeres… no importa. Les gusta lucirse y yo hago que se luzcan. Solo
tengo que acompañarles durante la noche. Beber con ellos, seguirlos en sus
fiestas. Ya ves.
—¿Nada más?
—Nada más. Soy
acompañante, nena, no puta. Aunque…
—¿Aunque…?
—Si se portan
bien conmigo… quizá, si me apetece, yo me porte bien con ellos al final de la
noche—. Me guiñó un ojo y miró al apuesto hombre que ahora identificaba como su
acompañante—. Este es guapo, así que me estoy pensando si hacerle yo un regalo
a él.
No puede
evitar reírme.
—Es increíble.
¿Me lo dices en serio?
—Y tanto, Lya.
Me tienen como a la maldita emperatriz elfa. Entro a todos los locales privados
de esta ciudad, me codeo con tipos importantes que me hacen regalos carísimos.
No tengo ningún compromiso hacia ellos. Si no me apetece salir, simplemente no
salgo… y ando sacando cien ares a la semana. La vida es magnífica, te lo
aseguro.
Quedé
petrificada al escuchar la cifra.
—¿Cien a la
semana?
Ella cabeceaba
una enérgica afirmación mientras daba otro sorbo a su copa.
—Sin contar
regalos, pases, cenas, fiestas. Sólo plata en la mano.
—En el puesto
saco diez o doce ares a la semana. Quince si ha sido buena.
—Lo sé, cielo,
lo sé. Deberías pensarte dejar ese sitio de mierda donde vives. Eres muy guapa
y tanta sal acabará por resecarte. El olor a pescado muerto no te favorece en
nada. Si quieres puedo pasarte alguno de los míos. Me han preguntado por ti.
Llamas mucho la atención con ese color de pelo tuyo. El rojo les vuelve locos,
te lo aseguro.
—Me estás
bromeando.
—No, no, en
serio. Alguno me ha preguntado por ti. Si te interesa…
Durante días
tuve un gran dilema en cuanto a aquella propuesta. Desde que supe el dinero que
ganaba Xila haciendo aquello, cada vez costaba más enfrentarse a las vísceras de
pescado y a la salazón. Cada vez mi pequeña habitación se estrechaba más y
parecía más incómoda y sucia; y cada vez parecían menos dinero los Ares que
ganaba al final de la jornada. Luego, cuando veía a Xila revolotear feliz entre
su corte de admiradores, cuando la veía lucir tan brillante sus delicadas
prendas y pasábamos la noche entre risas, alcohol y música, cada vez resultaba
más y más difícil encarar la jornada siguiente.
Empecé a no
dormir.
El trabajo en
la lonja me asfixiaba tanto que deseaba que terminase mi jornada para ponerme
mis mejores prendas y divertirme un poco con ella. Aquel otro mundo me
liberaba. En ocasiones se alargaba hasta la hora de volver a abrir el puesto.
Empecé a tener algunos roces con Arik y pronto Jael habló conmigo. Fue duro,
aunque amable y no puedo reprocharle ninguna de sus palabras. Tenía razón, pero
yo estaba entrando en un bucle que me aprisionaba. No dejaba de pensar en cómo
cambiaría mi vida con el dinero que Xila aseguraba podría ganar con solo una
cita. Necesitaba respirar fuera de la lonja. Al menos, ganar lo bastante para
poder permitirme un alquiler mejor que aquel cuartucho con olor a pescado que
poco a poco me agriaba el carácter.
Aquel día
hablé con ella.
—¿Quién se
interesó por mi?
Xila me sonrió
con malicia recordando a la perfección el instante en la conversación a la que
me refería. Miró hacia los lados para descartar que nadie nos escuchara y bajó la voz al hablar.
—¿Te lo has
pensado?
—No he dicho tal cosa —me apresuré a
confesar—. Sólo pretendo saber quién preguntó por mí.
Volvió a
sonreír con picardía. Los ojos le chispeaban.
—Has tenido
suerte. Es un encanto… y en la cama es un auténtico dios guerrero.
Trunqué mi
expresión.
—Esa no es la
información que te he pedido.
Empezó a reír
divertida.
—Se llama Iowan.
Alto, moreno, ojos grises… Estuvo con nosotras el primer día.
—Le recuerdo.
Desde luego
que le recordaba.
—¿Y preguntó
por mi?
—Mencionó que
le resultabas muy atractiva.
—Aquél día
casi iba con la ropa de trabajo, no pudo…
—Precisamente
por eso te dije que este negocio podía interesarte —me interrumpió—. Si se fijó
en ti ese día con aquel vestido y todo este… olor a pescado, ni te imaginas
cuantos pagarían solo por lucirse a tu lado en alguna fiesta si te pones un
vestido bonito y unas gotas de fragancia cara.
—Ni tengo ese
vestido, ni me puedo permitir ese tipo de perfumes.
En realidad
solo estaba poniendo excusas.
—¡Tonterías!
Te dejaré uno mío. También el perfume. ¿Te animas? Podría llamarle esta misma
noche.
—¿No vas un
poco deprisa? Solo quería saber quién era.
Xila me golpeó
en el hombro.
—¡Ni lo
sueñes! Si te dejo pensarlo no lo harás nunca, Lya. Te conozco. Ese cuerpo tuyo necesita más alegrías.
Volví la
mirada hacia el puesto de pescado.
El denso olor a salitre me bombeó las fosas nasales. Xila adivinó mis pensamientos.
El denso olor a salitre me bombeó las fosas nasales. Xila adivinó mis pensamientos.
—¿De verdad
que esta es la vida a la que quieres aferrarte?
Me volví con una respuesta en los labios...
OPCIONES
1.-Quiero
escapar de aquí. Lo haré. Llámale. Quedamos en tu casa esta tarde.
2.-No, creo que en realidad no soy ese tipo de chica. Quizá en otra ocasión.
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