Silencios por la Espalda
Acto IX
-Sin sangre –le digo.
Él me mira
extrañado. En sus pupilas se dibuja una expresión desconcertante. No parece
comprender mi petición.
-Debe haber
otro modo de salir de aquí que no pase por matar a docenas de personas –añado.
Él me vuelve a
atravesar con su mirada pétrea.
-Esa no es la
elección sensata de alguien entrenado para matar.
-Ya no
recuerdo esas lecciones, Jäak. Mi pasado es solo niebla y vacío. He visto
demasiada sangre esta noche.
-Si no lo
hacemos, la próxima sangre puede ser la nuestra –asegura él. –Es lo que has
provocado al venir aquí y hablar más de la cuenta.
Agacho la
cabeza.
Admito que la
idea no ha sido la mejor pero al menos tengo una respuesta que soy consciente
de que no habría obtenido de otra manera. No ha sido la mejor opción pero de un
modo u otro he obtenido algo de lo que había venido a buscar: Él era mi
maestro. Ese es el vínculo. Ahí está el pasado…
Un maestro que
no recuerdo, unas enseñanzas de las que solo queda un instinto dormido que despierta
como un acto reflejo… y un beso. Un beso que ha salido de lo más recóndito del
olvido. De la grieta más profunda de un corazón suspendido en el tiempo.
Tengo mil
preguntas. Al menos se me ha concedido la primera respuesta.
-No más sangre
esta noche, Jäak. Por favor.
Él queda
pensativo. Mira a los cuerpos que se desangran sobre el suelo de piedra y su
gesto me obliga a secundarle la mirada. Me devuelve esos ojos verdes de diablo.
-Hay un
pasadizo, pero llegar hasta él sin llamar la atención puede ser complicado.
Esto es la Orden de Ylos: no tardarán en descubrir los cuerpos y con ellos
nuestra ausencia. Se nos echarán encima. Hay ojos y oídos por toda esta maldita
ciudad. Están en todas partes. No dejar testigos es nuestra única posibilidad
de ganar tiempo.
Lo que dice es
cierto, al menos en algo tiene razón: hay que ganar tiempo.
Le tomo la
mano, que se mancha aún de la sangre de los muertos. Él mira mi gesto como si
hiciese Eras que ninguna mano tomase la suya. Queda en silencio, atrapado en
ese gesto. Su mirada parece dudar.
-Nada
perdonará la vida de los guardias que se apostan tras esta puerta.
Hago
concesión. Entiendo que tendremos que tomar algunas vidas a cambio de nuestra
fuga.
-Usemos el
pasillo. Podemos deshacernos de las pruebas, provocar un incendio que fuerce a
los demás a huir. Eso les mantendrá ocupados y distraídos.
Jäak duda.
Mi plan
entraña riesgos que cree innecesarios.
Nuestros ojos se funden. Es cierto que parece haber debilidad ante ellos.
-Si algo sale
mal…
-Nada va a
salir mal –aseguro sin que ningún argumento lógico pueda sostener mi seguridad.
-Todo puede
salir mal.
-Confiaré en
mi maestro.
Mi respuesta
le arranca una sonrisa descreída pero he roto barreras. Rebusca entre los
pliegues de sus víctimas y regresa con un par de puñales que me entrega.
-Te enseñé a
usarlos. Eras la mejor. Sigue tu instinto.
Quedo mirando
las hojas de los cuchillos con cierto gesto ausente. Aún me parecen ajenas,
pero sé que sus palabras son ciertas. Ese instinto es el que me ha llevado
hasta aquí por mucho que me cueste admitirlo.
Una mirada de
confianza y un guiño anteceden a la trampa que Jäak urde para eliminar a los
dos guardias del exterior. Yo soy el cebo, él es el brazo ejecutor.
Pronto los
soldados yacen cuanto al resto de cuerpos y yo aún no he tenido que mancharme
las manos de sangre. Le veo en su terreno. Mi cabeza burbujea, mi mente se
inquieta. Algo dentro de ella, escondido, profundo, encadenado, que busca
desesperadamente la liberación. Le veo en su terreno, aunque no le reconozca.
Sé que hubo un tiempo en el que me acostumbré a las imágenes y gestos que ahora
me ofrece.
-¿Cómo me
conociste? Desde cuando me… -Su mirada esmeralda detiene las palabras en mi
boca. Aún anda acercando cuerpos pero se ha detenido ante mis dudas. Hay un
silencio atroz que me traspasa el alma. Sus ojos son como munición de ballesta
que acelera mi corazón y lo atraviesan. Su silencio es explícito. Recelan en
darme la información pero yo insisto en batallar contra sus ojos. Por un
momento creo que volverá a vencerme, pero cuando estoy a punto de alzar la
bandera blanca y aceptar su triunfo, suspira y baja la mirada. El resto de la
conversación la mantiene sin mirarme.
-Tendrías unos
diez o doce años cuando llegaste. Yo te doblaba la edad pero ya llevaba tiempo
entrenando a los más jóvenes. Vosotras fuisteis mi primera asignación de
verdad.
-¿Vosotras?
–El obvia mi pregunta y sigue hablando.
-No solo debía entrenaros; estabais bajo mi
cuidado y responsabilidad. Cuando llegaste no eras más que una mocosa asustada
y sucia.
-¿Llegar de
dónde?
-Te compraron.
Huérfana, criada en las calles, no lo sé en realidad. Ellos consiguen así a sus
nuevos reclutas. Nunca hacíamos preguntas. Así llegaste, como todos, como una
vez yo también fui comprado.
-Como si fuera
mercancía.
-Eras
mercancía. Eso es un hecho. Con mucha suerte una niña como tú hubiera acabado
en algún prostíbulo barato. Los chicos aún tienen suerte y quizá pueden aspirar
a que alguien le interese un mozo de cuadras, algún ayudante barato al que
encargar las faenas más desagradables… pero una niña… Hay muchas bolsas
repletas en los mercados dispuestas a soltar plata por un adorable juguete sin
estrenar. Te hicieron un favor, en
realidad.
-He acabado en
un prostíbulo –afirmo con tono cínico. Jäak me mira y su expresión es amarga.
-Acabado, con
22 años. Te aseguro que de no haber sido así, no hubieras llegado a verte sangrar por primera vez.
Se me coge un
pellizco en el estómago. Jäak acaba y me manda con un gesto salir al pasillo.
Él viene detrás y cierra con llave la puerta de aquella habitación. Avanzamos
unos metros antes de encontrarnos con un tramo de escaleras que recuerdo de
cuando me llevaron a la sala.
-El pasillo
está en la capilla. Debemos pasar el claustro y la biblioteca. Si alguien nos
detiene, sígueme la corriente.
Acepto las
normas del juego. Lo cierto es que las altas horas de la madrugada facilitan no
encontrarnos con mucha concurrencia.
Hay preguntas
que siguen sin responderse.
-¿Qué pasó,
Jaak?
Él echa un vistazo tras la esquina del pasaje
que conduce al claustro interior antes de devolverme una mirada llena de
significado.
-¿Qué pasó?
Dedúcelo, Lya. Eres una mujer inteligente.
Le miro
intensamente. Sus ojos parecen iluminar las sombras con un irreal fulgor verde.
-Te
enamoraste.
-Me equivoqué.
Crucé una línea.
-Has vuelto a
cruzarla –le advierto.
-No, tú no
recuerdas nada y será mejor así.
Hace el amago de
avanzar pero le retengo tomándole de un brazo.
-Me mandaron
matarte, dijiste. ¿Por qué?
-Porque nadie
que pertenezca al clan puede escapar de él.
En esta
ocasión me empuja para que salga por delante. Ambos cruzamos entre las sombras
de las columnas que perimetran el patio. Estamos cerca de una gran puerta de
doble hoja y elaborada talla cuando una voz nos da el alto a nuestras espaldas.
Jäak se vuelve por inercia, pero yo no necesito mucho para saber que ya han
descubierto los cadáveres. Resuenan ecos de hombres con armadura por las
inmediaciones. Han tardado poco, demasiado poco.
-Corre, ¡entra en la habitación! –casi me empuja
para que le obedezca. Apenas me da tiempo de articular palabra.
No es la
biblioteca. Tampoco la capilla. La interrupción nos corta la huida.
Está oscuro y
no acierto a ver, pero no pasa mucho tiempo antes de que Jäak entre tras de mi.
Trae una lámpara de aceite encendida. Es uno de los fanales que iluminaban el
claustro. Me señala una de las ventanas. Corro hacia ella mientras escucho
perfectamente el sonido de los hombres con armadura que se aproximan. Jäak
corre a mi lado pero de pronto se vuelve. Coincide con la entrada de los
primeros guardias. Me giro al tiempo de ver cómo les lanza el fanal de aceite
que se quiebra al estrellarse sobre el primero de ellos envolviéndolo en una
sábana de llamas. El caos que genera nos proporciona un poco de aliento en
nuestra escapada.
Abro los
postigos del ventanal. Da a otro pequeño patio interior entre los edificios.
Jäak me apremia a salir y ambos salimos al exterior sin mirar atrás. El fuego
no los va a detener para siempre.
Hay un
edificio bajo a cuyo techo podemos encaramarnos. Jäak sube primero. Es ágil
como un felino. Se vuelve para ayudarme pero descubro que no le necesito. Me siento casi en mi terreno encaramándome
por la pared. Un vistazo atrás nos descubre que nos siguen. Ellos no tendrán
tantas facilidades.
El tejado es
inclinado pero nos permite movernos con cierta comodidad. De él conseguimos
alcanzar otro volumen más alto y de este, a una cornisa que discurre hasta
fundirse con un murete que da a la calle. Los guardias nos siguen a duras
penas, pero es mejor no desaprovechar nuestra ventaja.
Saltamos a la
calleja desierta y ambos comenzamos a escapar por entre sus sinuosas curvas en
la madrugada. No es ninguna locura poner cuantos más metros de distancia,
mejor. Salimos a la primera calle amplia
justo para encontrarnos con una carreta destartalada que se cruza en
nuestro camino. Nos apartamos por pura inercia, aún sobresaltados solo para
comprobar que la carreta se detiene ante nosotros. Su conductor se deja ver
entre los fulgores de la luna.
-¡¡Arriba!!
¡Vamos, subid!
Su gesto es
explícito, pero Jäak duda, aún desconcertado.
-¡Täarom! ¿qué
haces…?
-¿Le conoces?
No me da
tiempo despejar las dudas de mi
acompañante.
-Es obvio que
no iba a dejarte sola. Llámalo intuición pero estaba seguro que tu brillante
idea de dejarte capturar necesitaría una vía rápida de huida.
Miro de reojo
a la mula desgastada que tira de la carreta y le sonrío de medio lado.
-Rápida,
rápida… no parece que sea.
-Deja de
protestar y sube de una condenada vez, Lya.
-¿Es de fiar…?
-Tanto como
hace una hora lo eras tú, querido Jäak –le aseguro con un guiño.
Täarom conduce
la carreta por callejas oscuras y se aproxima a la bahía de Dar. Nosotros nos
escondemos en el cajón. No le pregunto dónde va. Imagino que tiene un plan.
Llevar la carreta por los bulevares del norte sería llamar la atención. Intuyo
que quiere alejarnos de la zona y luego pensaremos dónde ir. Ahora me alegro de
tener personas en las que confiar y que él decidiese no hacerme caso y regresar
a la Sirena.
Paramos en un
oscuro y desvencijado muelle abandonado. No hay más luz que la que proyecta
Kallah desde el cielo salpicado de estrellas. Al otro lado de la bahía, Las
Bocas sigue luciendo con descaro su manto de lentejuelas brillantes en la
noche. El faro, al otro extremo, no guiña su único ojo.
Solo entonces
nos relajamos. Solo entonces descendemos de nuestro escondite. Solo entonces
nos permitimos bajar la guardia…
-Gracias por
la ayuda, mi nombre es Jäak–. Ofrece su mano en gesto de gratitud. Täarom
sonríe ante él. Yo continúo sacudiendo el heno pegado a mi cuerpo. Es un bonito
momento.
-No hay de
qué, Jäak.
Täarom aprieta
su mano con gesto firme y sin borrar su amplia sonrisa de sus labios. Jäak
también sonríe. Mis labios comienzan a dibujar también el mismo gesto…
Pero…
Täarom no le
suelta. De hecho le aprieta contra él en un inesperado movimiento. Jäak borra
la sonrisa de un soplo. Täaron le susurra algo al oído que yo escucho
perfectamente.
-Saludos de
los Filos, Jäak.
Mi sonrisa
queda congelada solo en el amago. Mi gesto se vuelve lívido cuando veo a Jäak
caer a mis pies y el cuchillo ensangrentado de Täarom en su mano.
-Sabía que me
llevarías hasta él, Lya. Sabía que antes o después tú me llevarías hasta él.
Mi corazón
gira ciento ochenta grados. Noto un estremecimiento que me recorre de parte a
parte. La mirada de Täarom ha cambiado, su gesto, su presencia…
Busco las
dagas en mi cinto pero él es asombrosamente rápido. El cuchillo que lleva aún
vestido de la sangre de Jäak consigue abrir carne en mi brazo a pesar de mis
reflejos. El dolor es eléctrico. Detengo un par de ataques antes de que su
pierna encuentre hueco y me desplace. Mi cabeza gira. Sé que la sorpresa me ha
hecho mella pero es un mareo incontrolado. Mis rodillas tiemblan… eso no lo ha
provocado la sorpresa.
-Ala de cuervo
–confiesa Täarom mientras se acerca con gesto triunfalista y sonrisa de
victoria-. No iba a correr riesgos con el viejo y contigo en un mismo encuentro,
cielo.
-¡Veneno!
-Tranquila –me
asegura sin dejar de avanzar-. Morirás antes de que haga efecto.
Levanta su
brazo armado para acabar aquel trabajo. Mis brazos pesan como si fueran de
plomo. Nada puede detener ese aguijón. El escorpión dispara a matar…
Pero…
Un silbido
anuncia un final inesperado. Algo le golpea el hombro y lo arranca del suelo
evitando la estocada mortal.
Es una flecha.
Una
voz, de mujer resuena en la penumbra.
-Nunca
me fie de ti, Täarom.
Me
giro. Hay una sombra entre las sombras. Mi mente se desvanece mientras ella
avanza. Todo me da vueltas. Todo es un caos donde los recuerdos y las imágenes
se filtran.
Es
una mujer esbelta y exótica. Se arma de aquel arco que ha conseguido detener el
sacrificio.
-Yo
también os he seguido.
Mi mente se
oscurece… todo se vuelve negro… como la piel de la chica que acaba de llegar.
***
Parpadeo… Regreso a la
conciencia.
No, no es mi conciencia…
Estoy en un lugar oscuro y frío.
Tengo miedo…
No es mi conciencia. No, no lo
es.
Observo mis manos. Son pequeñas.
Observo mis piernas, son delgadas. Palpo mi pecho, apenas existe.
Tengo diez años. No es mi
conciencia:
Es mi recuerdo.
Opciones.
1-. Mantente en silencio, Lya y
trata de explorar el lugar.
2.- Grita, pide ayuda. Alguien podrá
oirte.
3.- Es un maldito sueño, Lya.
Trata de despertar.
2 comentarios:
No me lo puedo creer, ¡menudo giro de tuerca! Como si me hubieran pegado un buen golpazo, ¡no me lo esperaba para nada!
Nos motiva mucho ser capaces de sorprender. Hacía falta un giro. nos alegra que te guste. ;)
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